Memorias

Estaba claro que ella me veía como algo muy importante, pero no de la forma importante como yo la tenía guardada en mi corazón y la seguiría teniendo aunque todo estuviera en contra.

¿Qué me importaba si ella aún era una niña físicamente? ¿Qué me importaba si todos lo veían mal? Yo sabía que no lo estaba, porque una cosa tan maravillosa no se le da ni se siente por cualquiera.

Aun si ella tenía novio ahora, ¿quién era yo para prohibirle una pareja y atarla a mí sin que ella lo deseara? No, eso no.
Continué dejando caer lágrimas, pero éstas eran de felicidad. Me sentía tan gozosa de saber que tenía ya un amor verdadero, algo que nada ni nadie me arrebataría porque era solamente mío y era dirigido a la persona que más me importaba.
Yo sabía que tarde o temprano las dos estaríamos juntas y esperaría pacientemente, cuidándola y protegiéndola mientras tanto. Algo en el fondo de mi corazón me dijo que si lo iba a ser, que fuera de ella misma.

Venus se levantó y se tomó de un solo trago el vino que tenía en la copa y me miró intensamente.

- ¿Cree usted que tenía razón en ese momento? – preguntó.
Carraspeé un poco y pensé bien mi respuesta.
- Mi razón me dice que eso es una tontería, que no hay forma de probarlo. Sin embargo, la razón siempre está atada a la consciencia y ésta a su vez a los prejuicios morales y religiosos. No hay mejor manera de responder a una pregunta de amor que con el corazón, y éste me dice que usted tiene toda la razón – Venus sonrió y abrió la puerta del despacho –. Puedo asegurarle que ese doctor no conocerá lo que usted, pero entenderá de forma diferente a Gabrielle.
- Ella tiene diecisiete años, todavía no puede casarse – respondió con una sonrisa alegre, una que no había visto antes, y cabe destacar que era hermosa.
- Entonces, ¿cuál es su preocupación?
- En realidad me ocupé, gracias a usted la esperanza ha revivido luego del largo letargo en el que la mantuvo presa la razón.
- ¿A qué se refiere exactamente? – pregunté, confundido.
- Que gracias a usted no pierdo la esperanza de que este amor, que aún cuido y protejo, sigue siendo verdadero y que vale mucho la pena.
- ¡Por supuesto! ¿Qué tendría sentido en nosotros sin los sentimientos? Estoy de acuerdo con Gabrielle, incluso éstos tienen alma y estoy de acuerdo también con usted, éstas almas no se van con cualquiera. Sólo con las personas que tienen esperanza y que por tanto creen en Dios.
Venus sonrió y asintió, salió de mi despacho haciendo un ademán en forma de despedida.
Hoy, de pronto me siento muy lleno de vitalidad como nunca antes.
Estoy de acuerdo con el profesor también, hay veces en que las personas debemos recordarnos entre nosotras de las cosas tan importantes que olvidamos. La esperanza, la fe y los sentimientos son las cosas que nos hacen humanos y tener un alma, sin ellas… simplemente somos un cuerpo vacío que pasa y se irá de aquí de un momento a otro, sin aportar ninguna enseñanza de corazón a las esencias de los sentimientos.
Convencido, sus últimas palabras durante la comida resuenan en mi mente. ¿Qué era después de todo el amor?
“Siempre tendré motivo y razón en decir que el amor que siento es un regalo maravilloso que se me dio desde que nací, ¿qué lugar más hermoso y profundo podría ser mejor que el centro del alma de la persona? Ahí, adonde llegan otros sentimientos a hacerle compañía. Me doy cuenta entonces de que en realidad no somos nadie para juzgar cómo actúan éstos y lo que provocan. Preferiría llorar mil veces por un rechazo si por estas mil veces seguiré sabiendo que nada está perdido… porque, precisamente, continuo sintiendo y, por tanto, viviendo para conocer el motivo de mi regalo...”

Sábado, 17 de Diciembre del 2005.
2:04 a.m.

Hoy te recordé de nuevo sin esperarlo...