miércoles, 29 de julio de 2009

Sensatez

(Sentado, las manos entrelazadas, ajeno al mundo; piensa)

Un día, vi el pánico reflejado en los ojos de una persona. Sus gimoteos y gemidos quedos repitiendo una y otra vez “Por favor, por favor”. Nunca, en toda mi vida, me he sentido tan grande como en ese momento.

(Se pone de pie y camina hacia abajo cinco pasos. Mira hacia el frente, convencido de su locura)

Estoy maldito. Mi vicio, mi adicción… mi obsesión y más grande amor se encuentra en ser un verdugo. No puedo evitarlo, me encanta matar.

(Camina hacia atrás, permaneciendo en posición abierta; recuerda)

Al principio, eres sólo tú, la víctima y un ambiente lúgubre y repleto de adrenalina, miedo y silencios rotos por plegarias y risas. Después, eres tú enfrentándote a un animal desesperado que busca una salida a todo el tormento que vive. Y mientras la busca, te ruega, con cada poro de su piel, que no le mates, ruega incluso tu compasión.

Entonces te burlas y le miras con sorna, le pateas una, dos o más veces y sientes que tu sangre hierve, porque el animal te ha contagiado su angustia y tu insana mente es un remolino de perversas e interesantes ideas. Tu razón no puede con todo, por eso terminas por parar hasta que sus lloriqueos son febriles y casi inaudibles.

(Agitado, sigue reviviendo la escena, parece ver a alguien que está sentado en la misma silla donde él apareció)

Respiras agitadamente y te pasas una mano por el cabello, mientras piensas qué hacer. Y cuando vuelves a escuchar que dice “Por favor, Dios, por favor”, el animal eres tú.

(Está reviviéndolo. Ante él, aunque la silla esté vacía, él sigue viendo a su víctima; revive)

Enfurecido, regresas y lo tomas por el cuello, apretándolo tan fuertemente que sientes bajo tus manos el crack que sus huesos hacen en tanto le robas la vida. Y tus ojos están fijos en los de él y te sientes asombrado por la belleza que tus sentidos son capaces de percibir mientras cometes un homicidio, porque te encanta ver sus pupilas dilatas de miedo y su cara contorsionándose en mil y un muecas mostrando cuán ardua es su lucha contra ti y contra la muerte. De pronto despiertas de tu ensueño al sentir que algo moja tus manos, sólo entonces te das cuenta de que son sus lágrimas y el sudor mezclados con la sangre y piensas que nunca antes un carmesí ha sido tan hermoso y vivo. Como hipnotizado, permites que la persona clave sus manos en tus muñecas, ya no ruega ni pide, y continúas apretando en la medida en que su presión sobre tus muñecas cesa. Pronto no es más que un inservible y feo contenedor vacío. 

(Abrumado, da dos pasos hacia atrás, sonriendo)

Eres poderoso. Lo dejas caer a un lado y todo a tu alrededor da vueltas. No eres nadie y, sin embargo, sigues siendo humano, porque sientes, ¿no? Porque tu razón regresa para humillarte al decirte que eres un monstruo y tu alma parece gritar que pares, porque ella muere. Les oyes gritarlo una y otra vez, y ríes y lloras. Lo lamentas, te arrepientes, y al mismo tiempo lo disfrutas. Estás loco.

(Se pone en cuclillas y vuelve a ver a su víctima; está ahí, tirada; se angustia)

Ves el cuerpo inerte de tu primera víctima y te desquicias. Sus gritos y súplicas resuenan en cada rincón de tu mente. No paran de resonar el llanto y sus horrorizados chillidos, y tus manos se contraen dolorosamente con la sensación que permanece de huesos rotos bajo ellas. Te espantas y gritas. 

(Se pone de pie de nuevo y ríe con locura)

Ah, el arrepentimiento es la mejor droga para el masoquista…

(Baja el rostro y se abraza a sí mismo; hace frío, está solo) 

Entonces abres los ojos y notas que ya perdiste la cuenta de los días que han pasado desde que cometiste un asesinato. Todas las noches es lo mismo, todos los momentos de silencio son iguales, y cuando te diviertes de pronto te quedas horrorizado cuando sin querer una imagen espeluznante llega a tu mente sin que la convoques y… y sólo entonces te preguntas “¿Qué he hecho?”.

(Está angustiado, asustado, tiene miedo y no sabe qué hacer. Te está mirando, se está reconociendo en tus ojos) 

Los recuerdos acosan como devoradores de tranquilidad, el silencio se rompe con los gritos de tu consciencia que repiten hasta el cansancio “asesino, asesino” y si cierras los ojos, tu mente refleja el rostro convulsionado por el dolor y las ínfimas suplicas.

(Vuelve a sentarse en la silla y observa a su alrededor como el pintor que admira su obra maestra)

Al final, eres tú, los perennes deseos de muerte y un escenario donde se repite una y otra vez el mismo acto.



Watch shonen ai x3~